Adoro viajar...

Y también me gusta escribir, así que junté estas dos actividades que me encantan y decidí ponerlas en línea, no a dieta sino en el ciberespacio. Aquí podrás conocer un poquito de las cosas lindas que hay en mi Perú, y por supuesto a mí. No te vayas sin dejar un comentario en la entrada que te haya gustado o desagradado, no me gustan las críticas pero estoy aprendiendo a aceptarlas, y con gusto aceptaré las tuyas. Ahhh! me olvidaba, también me gusta la fotografía y en su mayoría, las fotos publicadas, han sido tomadas por mí.

sábado, 29 de mayo de 2010

Verano en Tacna

Ahora que el invierno llegó, me queda sólo recordar los momentos de sol vividos. Uno de esos momentos que han quedado grabados en mi memoria, además de en las fotos que registré, son los de mi viaje a Tacna en el verano del 2008, fue uno de los últimos viajes fuera de Lima que realicé.

Cuando se habla de Tacna, algunos piensan en la zona franca y en los miles de productos importados a los mejores precios y para todos los gustos que se pueden encontrar en sus mercadillos o de repente por ahí alguno recordará haber dado un paseíto por Arica ya que estaba de paso por Tacna. Pero no, esta ciudad tiene mucho más.

Mis recuerdos van por otro sitio… la playa. Sí, Tacna tiene un precioso litoral y unas playas hermosísimas dignas de ser visitadas y disfrutadas. Mis primos, como todos los veranos, alquilaron por un mes dos chalecitos en La Boca del Río. Balneario muy pintoresco, lleno de colorido y gente cariñosa. Así es que en el verano del 2008, agarré mis maletas y me enrumbé al sur.

El mar de Tacna es limpio,  su color verde esmeralda es espectacular, la furia de sus olas que se mezclan con su potente rugido infunde un gran respeto, pero su generosidad en frutos marinos es muestra abúndate de la riqueza que tiene nuestro litoral.

Cada mañana salía de la casa muy tempranito para ver salir el sol y sentir el delicioso olor de la brisa marina. Oír el graznido de las gaviotas en búsqueda de su comida entre las peñas me animaba a acercarme y poder apreciar la cantidad de aves que estaban ahí. Bandadas de a miles, todas ellas sobre las peñas que al menor movimiento alzaban su vuelo quedándome con las ganas de salir volando con ellas.

El sol por estos lares es aniquilante, pero delicioso, te invita a meterte al mar, aunque sus aguas sean extremadamente heladas y terriblemente bravas, las peñas crean pequeños oasis de calma entre la braveza de este precioso mar. Deliciosas horas nadando en sus aguas, disfrutando del sol y su calor. Sintiendo una paz y tranquilidad que fácilmente no se encuentran.

Parte de la diversión es ir a mariscar, es decir a recolectar mariscos entre las peñas, actividad un poco riesgosa para los novatos ya que se hace al borde de las peñas que están muy cerca del mar abierto,  pero una vez que se aprende las mañas y luego de varias revolcadas se empiezan a ver los frutos, se recolectan diversos tipos de mariscos y si tienes suerte hasta un pulpo puedes cazar.

Al día le sigue la noche, pero ésta antes de llegar es antecedida por un espectacular atardecer. El  sol mortecino sigue brillando aunque su calor se convierte en tibieza dando paso al viento frío que te obliga a buscar alguna prenda abrigadora, las arenas siguen tibias y te puedes quedar todavía un ratito más sentada disfrutando de ese calorcito entre tus pies y apreciando este espectáculo de color y luz.

Al llegar la noche, si no hay luna no se puede ver el mar, salvo por la espuma en la orilla no se ve absolutamente nada. El fuerte rugido de sus olas te hace recordar el poderío de aquel que está a unos metros de tu puerta, el mar. En la madrugada la braveza del mar arrecia y su ruido, ya sea porque todo está en silencio y esto hace que se acreciente su sonido o porque simplemente se vuelve más fuerte, me hace sentir como si estuviera en medio de una gran tormenta marina. El golpe inefable contra las rocas, el salpicar de sus aguas y el retroceso de las mismas arrastrando la arena y las piedras de la orilla, se convierten en un constante vaivén que me llevan a pensar en el sin sentido del tiempo. Esa olas vienen rugiendo desde hace miles de años y probablemente lo seguirán haciendo varios miles de años después de que yo me vaya.

martes, 4 de mayo de 2010

Hasta que llegó el frío

Y pensar que hace sólo 3 semanas tomé esta foto. Todavía se sentía el calorcito del sol, cuando un espectacular atardecer, de esos que sólo se ven al final del verano (aunque ya estamos en otoño), apareció en el cielo de Lima, éste se tiñó de matices dorados y naranjas, un fuego gigantesco ardío y el ocaso dió paso a la noche.

Hoy amanecíó con neblina, aunque eso ya viene pasando hace varios días, siempre se asomaba el astro rey, por lo menos al medio día. Hoy nunca apareció. Estamos a puertas del invierno y como siempre Lima lo recibe con su neblina gris y húmeda. Triste yo. No me gusta el invierno.

En estos momentos quisiera ser un oso para meterme en mi madriguera, invernar por varios meses y despertarme con la llegada de la primavera, pero no se puede, simplemente tengo que sacar mis chompitas, mis guantes, mi pijama de polar y apertrecharme para pasar el invierno. Ni modo.

A esperar la primavera para ver el sol o buscarlo por las serrranías, Cajamarca o Chosica, igual, sol es sol.

A mi esposo le encanta el invierno, dice que el frío es más rico, porque dan ganas de estar abrazaditos, bueno si es por eso entonces ¡Que viva el invierno!